Hace unos días una amiga inglesa me contaba que había llevado a su hija a un cumpleaños en un spa infantil. El sitio en cuestión se publicitaba como una especie de santuario del empoderamiento femenino para niñas liberadas, todo lleno de eslóganes sobre autocuidado y poder personal.
Al llegar, se les daban pegatinas —rosas— con mensajes superpositivos —rosas—, les pintaban las uñas —rosas— y enroscaban su cabello en un turbante —rosa— durante lo que tardaba en hacerles efecto la mascarilla.
Las niñas tenían siete años y mi amiga se preguntaba cómo habíamos llegado a eso.
No me extrañó ni un poco. ¿Me indignó? Muchísimo. Pero entiéndase: no me extrañó, quizá es que ya no me sorprende nada. Hemos manoseado la palabra empoderamiento y la palabra autocuidado hasta tales puntos que ahora cualquier cosa a lo que el patriarcado marque con una estampa —rosa— y que luzca un mensaje lo suficientemente pomposo, parece serlo.
Pero es evidente que no lo es.
Esta historia, que nos escandaliza porque hablamos solo de niñas pequeñas, no nos sorprende ni un poco cuando nos referimos a nosotras.
Yo os pregunto: ¿habéis visto a algún hombre empoderarse por medio de dos rodajas de pepino en los ojos? ¿Habéis presenciado, en cualquier caso, a algún tipo que diga autocuidarse poniéndose las mechas?
Maticemos:
Te hace sentir bien el incesante acicalado porque lo contrario te pone de bruces contra los mandatos estéticos de tu género. Y enfrentar las expectativas de género es incómodo, es lógico. Se espera de ti una cosa y más vale que no hagas la contraria.
Si autocuidarse es para nosotras perder peso, levantarse antes de que hayan puesto las calles y quemar incienso, dejadme que levante una ceja.
Recordad que mientras nosotras nos peleamos con la aromaterapia, ellos se autocuidan reuniéndose para hablar de Bitcoins y sentándose en las mesas donde se toman las decisiones.
Y no, este artículo no va sobre cómo hacerte rica, sino de cómo ni todo el dinero del mundo hará que te sientas abundante si te saltas estos cinco conceptos.
Solo por el primero —que personalmente he tardado más de diez años en integrar en mi vida—, vale la pena leer el artículo entero.
Es el autocuidado —el de verdad, el que está anclado en principios psicológicos con perspectiva de género— el que supone un suelo estable en el que ver crecer el resto de tu vida.
O también puedes ir a pintarte las uñas, encender el incienso y hacer obsesivamente cien páginas más de tu diario de gratitud, a ver si esta vez funciona…
Tú eliges.