Punto de Inflexión

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El año pasado cerré mi empresa de 6 cifras para perseguir mi sueño

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Esto estoy haciendo para vivir de escribir

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María Fornet
ene 17, 2024
∙ De pago
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El año pasado cerré mi empresa de 6 cifras para perseguir mi sueño
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Hace solo cinco años que me volvía embarazadísima de Londres en busca de una vida más apacible para mi creciente familia. Lo hacía bajo el cálido sol de octubre, aterrizando en una Málaga que nos recibía amable, mucho más pausada que la caótica capital de Inglaterra.

En medio de la ilusión de los nuevos inicios, algunos miedos: perderme a mí misma en mi nuevo rol de madre, no ser capaz de encajar el cambio cultural tras tanto tiempo fuera de mi país… y la paralizante idea de no saber qué hacer para pagar las facturas tras mi baja maternal.

No puedes vivir de lo que No crees que puedes vivir

Comienzo por decir que no puedes vivir de lo que no crees que puedes vivir. Esto podría parecer una perogrullada, pero no. No se puede vivir de algo que no forma parte de tu universo de posibles, y la escritura nunca ha sido parte de mis opciones mentales… hasta hace poco. A pesar de que ya tenía escritos algunos libros y de que las lectoras iban respondiendo cada vez con más entusiasmo, yo nunca pensé que de escribir pudieran vivir más que unos pocos.

Y desde ese marco mental monté mi proyecto de psicoeducación durante la baja de Santiago. Para las que no sepáis, os diré que la baja maternal inglesa respeta tu puesto laboral durante todo un año. Esto quiere decir que, aunque no mantienes tu salario intacto doce meses en la mayoría de los casos, sí que te permite sobrevivir durante el primer año de vida de tu bebé, una opción descabellada incluso para los países más modernos en este aspecto, incluido el mío, España.

Gracias a eso, yo pude pensar. Aunque es evidente que en esos primeros meses no puedes trabajar del modo en el que lo harás después, el poder parar me dio el espacio que necesitaba para idear un proyecto empresarial con una arquitectura sólida y que funcionase como un transatlántico desde el día en que lo lancé. Durante las noches, mientras Santiago dormía, yo me levantaba a las tres de la mañana para escribir El Faro: Guía para trazar un Plan de Vida, y cuando mi pequeño se echaba su siesta de dos horas del mediodía, yo caía con él sobre la cama de matrimonio como un pesado saco de patatas. Y lo hacía feliz.

Gracias a todo aquello, cuando mi baja llegó a su fin yo tenía algo creado con lo que esperaba poder ganarme la vida. Había trabajado en los textos de la web, en la tela de araña del email marketing, tenía un infoproducto en el que creía —El Faro— y me disponía a ofrecer mis servicios como psicóloga especialista en coaching.

Ahí fue justo cuando llegó la pandemia.

El 14 de marzo de 2020 se decretó en España el estado de alarma

Seguro que eres capaz de recordar exactamente lo que andabas haciendo aquel día que el presidente salió anunciando el estado de alarma en la televisión: yo acababa de cerrar con imprenta el envío de mis primeros faros impresos.

La verdad: tardé un par de semanas en saber qué hacer. Era el evento traumático colectivo más intenso por el que había pasado nunca, y resultaba difícil no dejarse llevar por el pesimismo imperante. Los «no es el momento» y los «lo mejor ahora es estarse quieta» me hicieron pensar y mucho sobre cuál era el paso más inteligente. Me recuerdo corriendo —corriendo yo…— en círculos alrededor de la azotea de mi antiguo ático, tratando de aclarar la mente y tomar una decisión. Lanzarme o no lanzarme. Seguir el camino lógico y prudente, o apostar por mí y por lo que yo creía que podía ofrecer al mundo.

Por resumir: me lancé y todo fue más que bien. Durante tres años en los que no falté un día a mi newsletter diaria para mis lectoras, mi proyecto funcionó como quise que lo hiciera. Apreté cuando hizo falta, bajé mucho el ritmo cuando lo necesité, y en aquellos tres años facturé lo mismo que en los diez anteriores trabajando en proyectos sociales y en salud mental financiados por ONGs y por la sanidad inglesa.

Pero después de la pandemia, todo había cambiado. Aquellas dos semanas en las que corrí en círculos en mi azotea, también me sumergí en la lectura y en la creación de una nueva historia. Tras la maternidad, había dejado de escribir. Sí, había creado una guía y sí, escribía cada día a mis lectoras en mi newsletter, pero el cuerpo me pidió en aquellos primeros días de trauma y miedo entregarme a una nueva historia de un modo que no recordaba. Me despertaba a cualquier hora con palpitaciones, angustiada, pensando en mi familia, en lo lejos que los tenía a todos, en qué sería de mis niños, qué sería de nuestra vida, en la cantidad de personas sin recursos que no tenían acceso a servicios en condiciones… y solo la escritura me ayudaba a calmarme.

Supongo que ahí empecé a darme cuenta de que aquellas letras que pedían espacio supondrían el principio del fin. De que aquel proyecto precioso de psicoeducación que empezaba a construir solo duraría lo que tardase en averiguar cómo vivir de mis libros.

Y eso nos lleva hasta abril de 2023.

El motivo más lógico por el que dejar ir algo importante

Déjame decir que me encanta ser psicóloga. No, espera, mejor. ME ENCANTA SER PSICÓLOGA. No es que no me guste ver clientas —aún me llega alguna de cuando en cuando a mis servicios de coaching y las atiendo con mucho amor—, es solo que una tiene que ser honesta: si dedicas todas tus horas de aprendizaje y disfrute a otra cosa, es imposible que tu proyecto de psicología crezca al ritmo al que tú quieres crecer.

Yo pronto me di cuenta de que todos los pódcasts que escuchaba circulaban alrededor del mundo del libro, de que todas las obras de no ficción que leía versaban sobre el noble arte de vender —más— libros, y de que todos los cursos nuevos en los que me embarcaba me contaban cómo crear mejores personajes, cómo mejorar mi escritura persuasiva, cómo aumentar mi productividad como escritora…

La verdad: si pudiera vivir dos vidas a la vez, en una sería psicóloga y en otra escritora, pero solo tengo una, y para hacer las cosas tan bien como puedes hacerlas, tienes que elegir. Si honestamente quieres comprobar cómo de buena puedes llegar a ser en una cosa, tienes que dejar ir las otras. No puedes ser la mejor madre, la mejor amiga, la mejor esposa, la mejor empresaria, la mejor escritora. Creo que una puede ser relativamente buena en muchas cosas, pero me parece poco razonable combinar dos carreras ambiciosas con un decente autocuidado. Antes o después, el cuerpo o la mente darían de sí.

En abril de 2023, pocos meses después de haber vuelto de la baja maternal de mi segundo hijo, Rodrigo, y batallando por mantener una cierta coherencia en mi vida, un terrible dolor que comenzó como una simple comezón en la espalda casi acaba por partirme en dos: llegamos al hospital en medio de la noche con los niños dormidos en los asientos de atrás. Entré en urgencias cojeando, con la voz colgando de un hilo —contemos que con mi último parto ni siquiera había pedido analgesia—; llevaba las piernas temblando, estaba taquicárdica, hipertensa, orinando sangre —sorry, ¡TMI!—, una desesperación como nunca había sentido. La enfermera me miró y le dijo a otra: «métela por protocolo de cólico nefrítico», y ahí vi la luz. ¿De verdad aquello era solo un cólico nefrítico? Viva. Iba a ver nacer otro día. Y esta vez estaba segurísima de a qué iba a dedicarlo.

(LOL, disculpen el drama, pero juro que duele muchísimo).

En fin: hay algo bellísimo en la claridad que se desprende del dolor y del miedo. Hay una claridad inigualable que solo aparece ante la posibilidad de estar a un paso de perderlo todo. Al día siguiente, después de un atracón de Georgina en Netflix y de pasar la tarde llorando porque el dolor me había dejado a la vez feliz, deprimida y clarividente, cerré el plan que llevaba tres años trazando para dedicarme a la escritura y que hoy quiero compartir contigo.  

Si alguna vez has querido hacer de tu vida algo diferente, comienza por creer que, con estrategia, muchas de las cosas que parecen imposibles, no lo son.

Aquí te cuento exactamente cómo lo estoy planteando yo.

Ojalá alguien me hubiera contado todo esto a mí y me hubiera ahorrado años de dar tumbos.

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